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Te miré desafiante. Pude ver en tus ojos que no comprendías mi angustia. Intenté robarte las palabras con la mirada, pero fue inútil. Es como si no me entendieras, no nos comunicamos. Quisiera que nuestro lenguaje fuera mudo, pero mis intentos son inútiles! No comprendo tus gestos ni tú mis miradas. ¿Estaremos perdiendo el tiempo? A veces me gustaría pensar que sí, cuando estás lejos, cuando no te veo. En esos momentos "casi" te olvido. Pero luego te acercas, me miras, me hablas... siento tus manos y caigo otra vez. Que débil! lo sé! Pero no lo puedo evitar. Es que quizás el silencio no nos favorece, pero cada palabra dicha, y cada tacto sobre mi piel me estremece. Los nervios me carcomen por dentro cada vez que te acercas. Se esboza una sonrisa cada vez que me miras, cada vez que sonríes y cada vez que me hablas. Te miro desafiante. Te digo que no, con toda mi convicción. De mi boca sólo surgen negativas, pero mis actos me contradicen. Es como un imán. Nuestros brazos se entrelazan sin pensarlo y nuestros labios se encuentran en un beso, que bien quisiera fuera eterno. En ese momento derrumbas toda mi intención. Mi mirada desafiante se transforma en una mirada cariñosa y dulce. Es inevitable. Te lo dije antes. Puedo ser impredecible, cambiante... extraña al fin.

"Cada vez te entiendo menos", me dices con desilusión. Pues lo siento. Muchas veces ni yo misma me entiendo. No pretendo que tú lo hagas, sólo acéptame, tal como te acepto yo... indeciso, tímido y silencioso.